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Manuel Alba , - Marbella (Málaga)
Albert Camus, centenario de un hombre digno


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En materia de homenajes, centenarios, cincuentenarios y demás celebraciones de esa índole siempre hay motivos de duda y hasta de estupor, fundamentalmente porque el recuerdo a la persona que nació, murió o de cuyo acto meritorio se cumplen tan sonadas fechas, se hace hasta cansino, con homenajes, conferencias, exposiciones, jornadas, etc., que concluyen devolviendo al olvido al recordado. Ahora le ha tocado a Camus, del que se habla y al que se recuerda sin que en los últimos treinta o cuarenta años haya sido evocado sino por una minoría, al igual que ocurre con Luis Cernuda.

He oído en la radio y leído en algún periódico unos panegíricos de tal grado que pudiera parecer que Albert Camus fuese uno de esos seres entrañablemente cotidianos a los que el común de los mortales echa de menos. Alguien al que todos han leído y cuya obra se conoce por el gran público. ¿Todo por ese afán de aparecer como cultos de salón en medio de una sociedad que permanece ajena a todo, por esa papanatería casposa que nos inunda!

Hoy me he permitido la pedante actitud de ir preguntando a unas cuantas personas sobre el que fuese galardonado, a los 44 años de edad, con el Premio Nobel de Literatura el año que nací yo y no me extrañó constatar el desconocimiento absoluto sobre su vida y su obra. Y es lógico, por otra parte, ese desconocimiento, porque no fue un autor de masas ni pretendió serlo, sino un pensador que escribía, un escritor que filosofaba en torno siempre a la condición humana, a sus bajezas y sus virtudes, sobre el absurdo y la impotencia del hombre frente al Universo al que pretende dominar.

Fue un hombre en permanente exilio interior que vivió intensamente el compromiso social desde su Argelia natal hasta el final de sus días, un hombre en gran medida condicionado y atormentado por los condicionantes de su existencia que reflejan en su extensa obra los problemas existenciales que vivió y que compartió con una generación que se desarrolló en circunstancias muy complicadas. Decir que fue un gran escritor o un profundo filósofo no basta, decir que fue un genio no le hace justicia porque supone una gran dosis de incomprensión. ¿Qué tal si se dijera de él, simplemente, que fue un pensador coherente y enormemente digno?

En cuanto llega una ocasión como esta, y a la sombra de homenajes y recordatorios, suele producirse un fenómeno de atracción que lleva a muchas personas a acercarse a la obra y figura del homenajeado. ¡Cuidado con Camus! Sí, cuidado porque no se le entiende con solo leer una o varias de sus obras, a pesar de que su lenguaje es absolutamente asequible. Pero para entenderle hay que tratar de salir de uno mismo y hacer el intento ímprobo de meterse en él y en sus personajes. Solo así se comprende, solo así se entiende, por ejemplo que el final de la reflexión del personaje de *El Extranjero* diga: “Para que todo sea consumado, para que me sienta menos solo, me quedaba esperar que el día de mi ejecución haya muchos espectadores y que me reciban con gritos de odio”.

Sí, es difícil y comprometido, lo fue hasta el punto de manifestar en cierta ocasión: “Quise primero expresar la negación bajo tres formas: Novelesca: con *El Extranjero*. Dramática: con *Calígula* y *El Malentendido*. Ideológica: con *El Mito de Sísifo* y previó lo positivo también bajo tres formas: Novelesca: con *La Peste*. Dramática: con *Estado de Sitio* y *Los Justos*. Ideológica: con *El Hombre Rebelde*”. Esta temática será constante y no le frenará barrera alguna para seguir su camino. Su coherencia y su dignidad como persona y pensador le llevó, como a tantos otros, al enfrentamiento con el gran tótem del existencialismo francés, con Sartre, y nunca calló ni renegó de sí mismo. La recopilación de pequeños ensayos escritos en Argelia, en plena juventud, recogidos bajo el título *El Derecho y el Revés* nos deja acercarnos a su personalidad y su carácter, y en su prólogo medita y enseña: “La pobreza pues, tal como la viví, no me enseñó el resentimiento, sino, antes bien, cierta fidelidad y una tenacidad muda. Si a veces lo he olvidado, solo yo y mis defectos hemos tenido la culpa, no el mundo en el que nací y de esa cierta fidelidad, gran fidelidad, daré siempre testimonio”. Fiel a quien fuera su mentor y su apoyo, un maestro llamado Louis Germain, siempre se mantendrá en contacto con él y llegará a decirle en una carta, con ocasión de ser galardonado con el Nobel: “No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continúan siempre vivos en uno de sus pequeños escolares, que, pese a los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido”. Este agradecimiento epistolar había sido precedido de la dedicación que le hizo de su discurso en la entrega del Premio en Estocolmo. Fiel a sus raíces, fiel a sus principios, nunca dejará de plasmarlos en su obra, y especialmente en sus escritos políticos, como las *Cartas a un amigo alemán* publicadas en su mayoría clandestinamente en Francia durante la ocupación y de las que el propio Camus diría que eran un documento de lucha contra la violencia. Fiel a su gente, sufrió el desgarro de la guerra de Argelia y fiel a sí mismo, dedicó todo su esfuerzo y su pasión a completar su obra, una obra que tenía prisa en terminar porque se sabía herido de muerte por una enfermedad pulmonar que le iba minando poco a poco.

No fue la enfermedad sino un accidente de automóvil la causa de su muerte, el hombre sobrio, sencillo, coherente y digno, el pensador y escritor galardonado con el premio literario por excelencia moriría el 4 de enero de 1960 a bordo de un lujosísimo Facel Vega, propiedad de su amigo Michel Gallimard, en un extraño accidente del cual aún se especula sobre sus causas e incluso su posible provocación. Entre sus pertenencias encontradas en el amasijo de hierro en que quedó convertido el vehículo estaba el manuscrito de la que sería su obra póstuma, publicada treinta y cuatro años después: *El Primer Hombre*, una novela que no debe dejarse de leer.

Camus es, sencillamente, inconmensurable, y sigue desafiando permanentemente a la incongruencia y la mezquindad humana, un heterodoxo que se permitió humanizar a Calígula, presentarlo como paradigma del absurdo humano y del absurdo del propio mundo, del absurdo entendido como imposibilidad, como contradicción, como inadmisible e incomprensible. Su Calígula simboliza una inteligencia rebelada, transgresora que busca la libertad quebrantando todo principio, cambiando las reglas del juego y que acaba sucumbiendo ante lo establecido, a manos de los defensores del sistema y sus principios.

Creo que Camus cobra fuerza en las palabras finales que pronuncia su Calígula al morir: “¡Todavía estoy vivo!”.




Manuel Alba
, - Marbella (Málaga)

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