No es la primera vez que comento cosas de este hotel de Estambul. Ni será la última, Dios mediante. El Pera Palas Oteli. Así llaman los turcos a uno de los hoteles más interesantes y con más historia de su país. Ahora se llama el Pera Palace Jumeirah. Lo de Jumeirah se debe a que esa augusta y venerable casa acaba de ser absorbida por Jumeirah Hotels & Resorts, una muy importante cadena hotelera internacional con sede en los Emiratos Árabes Unidos, concretamente en Dubai. La verdad es que no son infrecuentes hoy en día en el mundo de los grandes hoteles estos cambios y rebautizos. Espero que todo sea para bien.

Hace algo más de medio siglo trabajaba un servidor de ustedes en las oficinas de Málaga y Torremolinos de la Compañía Internacional de Coches-Camas y de los Grandes Expresos Europeos, conocida como Wagons-Lits//Cook. En aquellos tiempos, unos gigantes del turismo mundial, por su unión con Thomas Cook & Son, la primera agencia de viajes de la historia, creada hace 173 años en la ciudad inglesa de Leicester. Dirigía ambas sucursales malagueñas de aquel imperio don Juan José Alcayaga Illán, ilustre gentleman donostiarra y maestro inolvidable en los tiempos de nuestro turismo primigenio.

El Pera Palace fue inaugurado en 1892 por esa misma empresa, la del hermoso y larguísimo nombre: la Compagnie Internationale des Wagons-Lits et des Grands Express Européens. Para alojar a los viajeros que llegaban a Estambul, la antigua Constantinopla, en el tren más romántico de Europa: el Orient-Express. Siguiendo un itinerario consagrado por la literatura, el Orient-Express salía de París, paraba en Viena y en otros lugares legendarios y algo más de tres días después llegaba a la estación Sirkeci en Estambul.

Todos los objetos sagrados del culto a la hospitalidad estaban en el Pera Palace. El ascensor de maderas nobles, majestuoso sin ser excesivo, tan admirado por el escritor británico Daniel Farson, del que había dicho que «es el ascensor más bello del mundo». Las espléndidas alfombras. La riqueza bien medida de los artesonados, el palanquín en el que los viajeros del Orient-Express eran llevados hasta el hotel por las empinadas cuestas del Beyoglu, después de atravesar el puente del Cuerno de Oro. Era un hotel que en los confines de Europa ofrecía una gran cocina internacional y una bodega ejemplar, tuteladas ambas por un servicio impecable. El rito del high-tea de las tardes. Como en un buen club londinense. Y el bar donde esperaban al viajero todas las bebidas imaginables, custodiadas por las fotos –algunas maravillosamente amarillentas– de los grandes personajes que habían hecho del Pera Palas su casa. Personajes que tanto agradecían aquella recepción, celosamente protegida de las miradas de los curiosos, como la del Ritz de Madrid.

Nos contaba la admirable Natalie de Saint Phalle que cuando visitó el Pera Palas estaba milagrosamente intacto. «Desde la llegada de Sarah Bernhardt a la habitación 304, de Mata-Hari a la habitación 104, de Greta Garbo a la habitación 103, de Hemingway a la habitación 218, nada ha cambiado...». Los prodigios de un mundo nuevo acompañaron los primeros pasos del Pera Palace. Después de los palacios imperiales, fue el primer edificio de Estambul que recibió el milagro de la electricidad. Y otros portentos, como aquel ascensor. O como el otro milagro del agua caliente, inagotable, en los cuartos de baño. O el teléfono en las habitaciones. Pero había entonces otras claves en la magia secreta de aquel hotel. Así la describía en su primera mañana en el Pera Palas el escritor noruego y Premio Nobel Knut Hamsun: «El sol, al levantarse por encima de las colinas de Pera, sobre los minaretes de la ciudad y el Cuerno de Oro, te llenaba el corazón con una felicidad inmensa...».